En la era de la transformación digital, las instituciones financieras se enfrentan a desafíos sin precedentes. La creciente dependencia de sistemas en línea y servicios móviles ha abierto la puerta a ciberamenazas que ponen en riesgo tanto la integridad de los sistemas como la confianza de clientes y accionistas.
Frente a este escenario, es esencial comprender la dimensión del problema para construir defensas sólidas. Solo así se podrá garantizar la continuidad operativa y protección de datos y activos, elementos críticos en un entorno tan competitivo como el financiero.
El sector financiero es un blanco preferido para los ciberdelincuentes. En 2025, más del 71% de los ejecutivos y profesionales del sector prevén un incremento de delitos financieros. Además, las entidades sufren hasta 300 veces más ciberataques que el promedio de otros sectores, con un aumento interanual del 25% en 2024.
El coste global de la ciberdelincuencia alcanzará los 23 billones de dólares en 2027, según el FMI, un 175% más que en años previos. El 45% de los empleados de grandes bancos sigue siendo vulnerable a ataques de phishing, y las brechas a través de proveedores afectaron al 97% de los grandes bancos de EE. UU. y al 100% de los conglomerados europeos en 2024.
Estas cifras reflejan la magnitud del riesgo digital. Sin una estrategia robusta, las organizaciones quedan expuestas a pérdidas millonarias y daño reputacional.
La carrera entre atacantes y defensores se intensifica con la adopción de tecnologías avanzadas. La inteligencia artificial juega un rol dual: los ciberdelincuentes la utilizan para mejorar phishing y crear deepfakes, mientras que solo el 20% de las entidades está satisfecho con las defensas basadas en IA.
Los daños no se limitan al robo de fondos. La paralización de servicios, rescates, multas regulatorias y pérdida de clientes generan un impacto indirecto de largo plazo. En casos extremos, las brechas pueden desestabilizar el sistema financiero mundial.
Entre 2020 y 2025, la inversión en ciberseguridad creció un 70% y solo así pueden mitigarse tanto los costes directos—remediación y rescates—como los indirectos, como la pérdida de confianza de los consumidores.
En 2025, el banco Sepah de Irán sufrió la filtración de 42 millones de registros y pérdidas millonarias en Bitcoin, demostrando las consecuencias de una gestión deficiente de la seguridad informática.
Por otro lado, las campañas de deepfakes y bots de IA suplantaron a directivos de grandes instituciones, ordenando transferencias fraudulentas en nombre de entidades reconocidas. Asimismo, las infecciones por “infostealers” aumentaron un 58% en 2024, evidenciando la creciente sofisticación de estos atacantes.
Estos ejemplos ilustran la necesidad de una vigilancia constante y una respuesta coordinada para proteger los activos financieros en un entorno cada vez más hostil.
La ciberseguridad financiera es un proceso continuo que requiere combinación de tecnología, cumplimiento normativo y formación de personal. Solo con un enfoque integral será posible anticiparse a las amenazas, proteger los activos y mantener la confianza en la era digital.
Referencias